Una cuestión preposicional: Educación, Holocausto, Derechos Humanos

Práxedes Saavedra Rionda. Director Proyectos FIBGAR
Madrid, 27 de enero de 2017. Imagínese que tiene a toda la humanidad delante de sí. Sepárela en ternas y numérela. 1, 2, 3, 1, 2, 3… Todos los que lleven el número 3 han muerto. Es la proporción de judíos asesinados en el Holocausto. Si centramos los números en judíos europeos, descarte también a todos los que lleven el número 2. ¿Todavía son números inaprensibles? ¿Qué le parece casi toda la población de la Comunidad de Madrid o de Nicaragua? Y si incluimos a los miembros del pueblo rom y otros asesinados por aquel régimen tendríamos que añadir a toda Castilla La-Mancha y Castilla y León a los muertos, o la vecina Costa Rica en el símil latino que proponemos.
El Holocausto fue un genocidio, como el de Camboya o el del Congo, el de Ruanda o Sudán o… Fue sin embargo el genocidio más eficiente, mejor institucionalizado y con mayor integración en la dinámica sociopolítica. “¡Nunca más!” se dijo tras 1945, y volvió a ocurrir. Es por ello que en 2005 Kofi Annan, como Secretario General de las Naciones Unidas, promueve la institucionalización del 27 de enero como día internacional de Recuerdo del Holocausto.
Y hoy quiero resaltar el punto 2 de la resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas por la que se realiza tal institucionalización: “(se) urge a los Estados Miembros a desarrollar programas educativos que inculquen a generaciones futuras lecciones sobre el Holocausto para prevenir futuros genocidios”. Esta importancia educativa, y en particular en relación a la educación en Derechos Humanos, se puede encontrar en muchos más textos. Como muestra, un botón: la Declaración de Terezín de 2009, en relación a restos y recursos del Holocausto, dedica unas líneas a recordar que “[…] el Derecho Internacional de los Derechos Humanos refleja lecciones históricas importantes, y que la comprensión de los Derechos Humanos es esencial para enfrentar y prevenir toda forma de discriminación racial, religiosa o étnica, incluyendo el sentimiento Antisemita o Antiromaní, (por lo que) hoy estamos comprometidos a incluir la educación en Derechos Humanos en los curricula de nuestros sistemas educativos”.
¿Cómo se institucionaliza una maquinaria de exterminio de tal calibre? ¿Cómo millones de personas quedan inmóviles ante el asesinato de otros tantos? ¿Qué pasaba por la cabeza de los perpetradores? ¿Cómo lo vivían las víctimas? ¿Cómo se vive tras sobrevivir?... ¿Por qué? Y es que la Shoah se construye sobre una base de fantasías paranoides de miedo y odio. La irracionalidad asesinó a, permítanme el redondeo, seis millones de judíos (y 200.000 romaníes, 1.200.000 armenios, 25.000 mayas y… Camboya, Indonesia…).
Y esta consagración del 27 de enero para tal fin, para recordar el Holocausto, es otro esfuerzo para trabajar por el ¡Nunca más! Porque la irracionalidad que le sirvió de motor, que dio como fruto uno de los mayores casos de eficiencia humana, no desapareció en 1945. Y asoma esta irracionalidad demasiado frecuentemente estos días disfrazada de distintos miedos y “fobias”, impulsándose sobre prejuicios, falta de honestidad en datos y ligereza en juicios. La creciente islamofobia actual no resiste el más mínimo análisis estadístico y, sin embargo, los casos de violencia y el impacto en otros colectivos, como los refugiados, son carne de la prensa diaria.
El Holocausto se recuerda este 27 de enero por una cuestión preposicional, para aprender sobre él y para aprender de él. Y no es más que parte de la educación, necesaria vitalmente y obligatoria moralmente, en Derechos Humanos, sobre los que aprendemos para el mejor disfrute y defensa de los mismos. Es, como digo, este 27 de enero, una cuestión preposicional.