Pueblos indígenas, la muerte a tragos

Sonia Agudo Capón. Directora
del departamento de Proyectos. FIBGAR
Madrid, 8 de agosto de 2017. Cuentan que Bernardo fue un gran cazador. Difícil de creer ahora que ronda los sesenta y presenta esa delgadez extrema. Sus pómulos y barbilla esbozan cierto aspecto romboide en una cara arrugada por el sol y la desdicha. A modo de corona invertida, el cabello grisáceo y apelmazado se pega por mechones a su frente sudorosa. Cuesta evitar la mirada acuosa, abatida, casi tan amarilla como los dientes que aún conserva. De cerca se perciben en sus mejillas un millar de pequeños capilares rojos que culminan en la nariz, dibujando un mapa de venas que no llevan a ningún tesoro.
Vuelvo
a preguntarle cómo perdió el brazo derecho, pero sigue mirando al vacío. “Hoy ha tomado demasiado, hay que esperar a
mañana” sentencia Ña Margarita. Sentado en ese tablón de madera bajo el
frondoso samu’u, típico árbol del
Chaco paraguayo, mantiene un porte casi altivo. Su brazo izquierdo siempre
aferrado a esa lanza de madera que ya no usa en tierra firme sino en el agua. Los
días que no bebe, o bebe menos, es un pescador excepcional. El mejor de la
comunidad. Tras su accidente, lejos de convertirse en una carga para el resto, encontró
la forma de seguir abasteciendo a las familias de alimento. Unos días antes lo
demostró en el riacho: descalzo, con el muñón asomando por la camisa remangada
y el agua por las rodillas, iba tanteando el fondo con tranquilidad. Con una
agilidad tan sorprendente como inesperada clavó su lanza en el fangoso fondo y
sacó ensartado un sinuoso mbusu (anguila).
El cazador diestro convertido en pescador zurdo. Una historia de superación sólo corrompida por un veneno infalible: el
alcohol.
Bernardo,
como la mayoría de los miembros de su familia, trabajaba para un “hombre blanco” en una estancia que
explotaba las tierras ancestrales de su comunidad. Tenía buenos reflejos y
mucha fuerza, por lo que le encomendaron la tarea de atrapar vacas salvajes
para aumentar el ganado. Como a casi todos, se le pagaba por su trabajo en
especies. En vez de recibir contraprestación económica con la que tener
solvencia y poder costear sus necesidades, obtenían productos de primera
necesidad: principalmente ropa y comida. Para forzar aún más esta relación de absoluta
dependencia, a muchos de ellos se les
pagaba con alcohol. Garantizando esta adicción, los estancieros se
aseguraban una mano de obra tan barata como sumisa.
Tradicionalmente
la comunidad de Bernardo nunca había tenido contacto con la caña, un destilado de unos 45 grados a
base de azúcar. En determinadas celebraciones y de forma excepcional consumían
la savia fermentada del karanda'y
(tipo de palmera), por lo que los efectos de este fuerte destilado industrial
llegan a ser devastadores para sus organismos. Prueba de ello es lo que le
ocurrió al cazador: a los 27 años se le enredó a la altura del codo derecho la
lazada con la que atrapaba las reses en libertad. Cuando el animal se echó a
correr le arrancó el brazo de cuajo. Bernardo fue despedido inmediatamente. Ya
no recibió más caña por parte de los
estancieros, pero su cuerpo seguía necesitándola incluso más que antes.
El pago en especies con
alcohol no es una excepción, sino un hecho generalizado que se da en otros
muchos lugares del mundo entre los pueblos indígenas, con algunas excepciones
como los pertenecientes al Islam, que por razones religiosas no lo consumen. Bernardo
y su comunidad pertenecen al corazón de Sudamérica, pero existen innumerables
casos entre los indios americanos, particularmente en el norte, tanto en
Estados Unidos como en Canadá. El patrón de alcoholismo es el mismo, sólo
cambia el paisaje alrededor del planeta: los mazahuas en el Estado de México,
los pigmeos en Camerún, los samis en Noruega o los moken de Birmania.
Se
ha comprobado que en el caso de los indígenas la ingesta alcohol provoca intoxicaciones
especialmente agresivas debido a una incapacidad genética para metabolizarlo. Las
consecuencias si bien son graves problemas de salud pública en los núcleos
urbanos, lo son más en regiones rurales e indígenas que no cuentan con acceso a
servicios de salud y otros recursos. Su dignidad como pueblo queda dañada
irreversiblemente y es un camino sin retorno, pues tras la llegada del alcohol
nunca logran recuperarse. El alcohol es
el principal causante de los casos de violencia intrafamiliar, violencia sexual,
suicidios, homicidios, accidentes de trabajo, deudas, pérdidas económicas y todo
tipo de situaciones que podrían, si no eliminarse completamente, al menos reducirse
y prevenirse.
El
9 de Agosto se celebra el Día
Internacional de los Pueblos Indígenas. Este año es de particular
importancia, ya que es el Décimo Aniversario de la Adopción de la Declaración
de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas (DNUDPI). La
principal meta es el fortalecimiento de la cooperación internacional para la
solución de los problemas con los que se enfrentan los pueblos indígenas en
esferas tales como los derechos humanos, el medio ambiente, el desarrollo, la
educación y la salud. En la actualidad, la Declaración es el instrumento internacional
más completo que existe, donde se establece un marco universal de normas
mínimas para la supervivencia, la dignidad y el bienestar de los pueblos
indígenas. Sin embargo, tal y como reconoce Naciones Unidas en un informe
reciente, la población indígena continúa haciendo frente a la exclusión, la
marginación, la extrema vulnerabilidad e
innumerables dificultades para disfrutar de sus derechos básicos.
Un ejemplo de ello es la ignorada lacra del alcoholismo. Es urgente realizar más investigaciones sobre el patrón de consumo en zonas indígenas y sus repercusiones en los ámbitos individual, familiar, social y laboral, que permitan por un lado diseñar estrategias para atender a la población ya afectada y por el otro programa para prevenir que el mal siga creciendo.
Pero el consumo de alcohol, igual que Bernardo, continúa su tambaleante camino a donde ni él sabe. Ocasionando fragilidad en las comunidades, favoreciendo los trastornos mentales, el suicidio y la violencia. Miro de nuevo las hojas del frondoso samu’u y pienso en la insultante coincidencia, o no, de que al árbol se le conozca como “palo borracho” debido a su curiosa forma de botella. Hasta en el alcoholismo los indígenas son los grandes olvidados de este mundo.